Hornos ladrilleros
de Allen
Empleo informal, viviendas precarias y trabajo infantil detrás del sueño de progresar.
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En los últimos 20 años, cientos de familias llegadas de Bolivia se fueron instalando en esta ciudad de Río Negro para elaborar ladrillos. Hombres, mujeres y niños viven y trabajan en campamentos. Esta actividad productiva —que mueve más de 40 millones de pesos al año— se desarrolla en medio de la informalidad laboral, la precariedad habitacional y el trabajo infantil. El empuje de una comunidad que vino a la Argentina en búsqueda de mejores oportunidades está sujeto a una red de empleo no registrado que vulnera sus derechos. Esta investigación presenta la vida en estas poblaciones, los patrones culturales que chocan con el pleno ejercicio de los derechos sociales y laborales, y el rol del Estado en ese contexto.
Ladrillo
sobre ladrillo

Juan lleva diez horas trabajando sin parar y en su rostro corren gotas que se transforman en barro cuando tocan la arcilla seca que se le pega en la frente. Sus manos y su cintura se mueven sin descanso. Tiene que cortar más de 1.000 ladrillos para que la jornada rinda y el esfuerzo se traduzca en algo más de 400 pesos. Su esposa, parada a tres metros de altura, apila en una hornalla miles de piezas. Cuando terminen de quemarse, quedarán listas para la venta. Su hijo, de casi 15 años, empuja una carretilla llena de barro.

Llegaron a la Argentina junto a sus familias con la esperanza de encontrar un empleo que les permita sobrevivir. En esa lógica de subsistencia, se convirtieron en el eslabón más débil de una cadena que mueve millones de pesos por temporada.

Como esta familia, cuyos nombres han sido cambiados para proteger su identidad, otras cientas viven en los campamentos de Allen. Los ladrillos que se elaboran en esta localidad de 40 mil habitantes, ubicada en el Alto Valle de Río Negro, Argentina, son conocidos por su calidad en toda la Patagonia. Sin embargo, detrás de esta actividad, que ha tomado gran impulso en las últimas dos décadas, hay trabajadores explotados por una red de empleo no registrado que vulnera sus derechos.

Casi en su totalidad, los obreros que trabajan en la elaboración de ladrillos provienen de Bolivia y llegaron a la Argentina junto a sus familias con la esperanza de encontrar un empleo que les permita sobrevivir. En esa lógica de subsistencia, se convirtieron en el eslabón más débil de una cadena que mueve millones de pesos por temporada.

La producción

Según un estudio realizado por la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) y el Consejo Federal de Inversiones (CFI), la producción ladrillera de Allen alcanzó un número de entre 16 y 24 millones de piezas en la temporada 2013-2014. Y la recaudación anual en venta de ladrillones (apenas más grandes que los ladrillos comunes) de Allen —contemplando una pérdida del 10% y sin contabilizar costos de materias primas ni laborales— superó los 42,5 millones de pesos.

El volumen de dinero que genera la actividad ladrillera constituye uno de los flujos económicos más importantes de la ciudad, pero se fuga por los canales de la informalidad. Según el área de Comercio de la Municipalidad de Allen, en la actualidad no existe ningún horno ladrillero con habilitación comercial. De los 120 hornos que se calcula que se encuentran en funcionamiento, apenas un 25% están inscriptos como monotributistas y solo unos pocos tienen la categoría de responsables inscriptos.

Un relevamiento que llevaron adelante los propios ladrilleros en el 2010 es el único dato de referencia que se conoce sobre la cantidad de personas que viven en Colonia 12 de Octubre, el campamento más grande de Allen. De acuerdo a lo relevado, había por entonces unos 5.000 habitantes y la actividad generaba 350 puestos de empleo. Ahora, se estima que la población ladrillera ha experimentado un decrecimiento porque el cambio de moneda en la Argentina dejó de convenirles a los obreros golondrina que llegan desde Bolivia.

El volumen de dinero que genera la actividad ladrillera constituye uno de los flujos económicos más importantes de la ciudad, pero se fuga por los canales de la informalidad.

Cada día, decenas de camiones ingresan a Colonia 12 de Octubre para comprar ladrillos. La carga es tan irregular como el resto de las actividades y es realizada por “changas” de nacionalidad argentina. Los camioneros “levantan” a los cargadores en el ingreso al campamento y les pagan 100 pesos por cada 1.000 ladrillos estibados. A corto o mediano plazo, se lee en el rostro de los cargadores el peso del trabajo, que termina provocando severas lesiones en la cintura y la columna. Muchas veces, se ven adolescentes acarreando los ladrillos desde las hornallas hasta los camiones.

En cada campamento, existe una zona de trabajo en la que están localizados los pisaderos (espacio en el que se arma la mezcla del barro para los ladrillos), las canchas (donde se cortan y se dejan secar los ladrillos) y las hornallas en las que se cocinan las piezas. Generalmente, las viviendas o habitaciones que ocupan los obreros están ubicadas en un extremo del campamento.

En la elaboración de los ladrillos, existen diferentes puestos de trabajo. Los cortadores, como su nombre lo indica, se encargan de cortar los ladrillos y son los más buscados por los propietarios de los hornos. Para que el corte rinda, estos obreros deben conjugar la técnica con la velocidad. El banquetero se encarga de trasladar los ladrillos que se secaron en la cancha hasta el lugar en el que se cocerán. Una labor, mayoritariamente a cargo de mujeres, es la de las apiladoras: ordenan las piezas de barro para construir las hornallas.

Los ladrillos se venden en los mismos campamentos. Hasta allí llegan transportistas que trasladan las piezas de barro hasta las obras, corralones o puntos de reventa. En los hornos, 1.000 ladrillones de primera calidad se consiguen a 3.500 pesos. Apenas se trasladan a los corralones de Allen, el precio se incrementa más de un 30 por ciento: 5.193 pesos las 1.000 piezas (precios a diciembre de 2016).

La fabricación de ladrillos
1. Mezcla
En el pisadero, se une limo, arena, aserrín y agua para producir la base del ladrillo.
2 días
La fabricación de ladrillos
2. Corte
El barro se corta con moldes para obtener ladrillos, que luego se secan en la cancha.
7 a 14 días
La fabricación de ladrillos
3. Secado
Se apilan los ladrillos y se los deja orear para profundizar el secado.
2 días
La fabricación de ladrillos
4. Armado de la hornalla
Dos o tres obreros construyen un rectángulo de ladrillos, dejando boquetes en la base.
4 días
La fabricación de ladrillos
5. Quema
A través de los boquetes, se introduce leña y se encienden fogatas para cocer los ladrillos.
26 a 30 horas
La fabricación de ladrillos
6. Carga
Los ladrillos cocidos (ya con el tono rojizo que los caracteriza) se desapilan y se cargan en camiones para su distribución.
En un pisadero se producen entre 30.000 y 40.000 ladrillones (un poco más grandes que los ladrillos comunes).
El barro se traslada en carretillas a la zona de corte.
Con moldes se da forma al barro para convertirlo en ladrillos.
Los ladrillos se secan en la cancha.
Se apilan las piezas de barro para preparar las hornallas. Tarea de mujeres (apiladoras), casi siempre.
Ladrillos apilados, listos para ser cocidos.
En las hornallas, se cuecen las piezas de barro.
Los obreros controlan que las fogatas no se apaguen.
Los ladrillos se despachan para la venta.
La vida
en los campamentos

Colonia 12 de Octubre es una franja de territorio arcilloso ubicada al noreste de Allen, sobre la zona de bardas (terrenos elevados que bordean el Alto Valle). No es un sector urbanizado y en el lugar existen un centenar de campamentos ladrilleros ubicados sobre la traza de un gasoducto de alta presión y debajo de una línea de alta tensión. Durante muchos años, se creyó que la superficie de este poblado pertenecía al Estado. Los horneros no tenían ningún tipo de documentación de las tierras que ocupaban. Pero en el 2009, Bardas de San Miguel, una empresa minera, se adjudicó la titularidad de las parcelas. El municipio de Allen había elaborado un plan para trasladar los hornos hacia el este, en la zona de Guerrico, donde se pensaba organizar un parque ladrillero, pero el proyecto no tuvo aceptación entre los horneros bolivianos y en el 2010 terminaron adquiriendo las tierras de Colonia 12 de Octubre a la compañía propietaria. En total, los horneros compraron 117 hectáreas (toda la extensión de este campamento) a través de la Asociación de Ladrilleros Árbol Río Negro, entidad que crearon al efecto. Sin embargo seis años después, todavía no existe la escrituración de las tierras por problemas internos y legales que tuvo la propia organización ladrillera.

“Yo ya no sé qué pensar con todo esto de la compra de las tierras. Con mucho esfuerzo nosotros juntamos peso por peso para ser propietarios pero todavía no nos han entregado las escrituras de los lotes y creo que acá alguien nos metió la mano en el bolsillo. Cuando tengamos los títulos de propiedad, recién ahí, vamos a poder empezar a tener los servicios como el agua o la luz de manera legal”, dice un hornero de Colonia 12 de Octubre.

El dueño de las tierras tiene injerencia sobre todo la cadena productiva: les vende a los horneros la materia prima al precio que considera oportuno, se queda con un porcentaje de ladrillos en concepto de alquiler y controla todo el proceso.

La zona norte de los hornos está ubicada en las bardas, detrás de una franja de chacras de una empresa frutícola. A diferencia de Colonia 12 de Octubre, en el norte, todos los hornos están localizados sobre tierras de un mismo dueño: un productor minero de nacionalidad argentina que provee más del 50% del limo que se utiliza para la elaboración de los ladrillos en Allen. También es propietario de las habitaciones que ocupan tanto los trabajadores permanentes como los temporarios, y ha hecho los tendidos de luz, compra el agua para consumo, etc, según indica el informe de la UNRN y el CFI.

El predio donde están asentados estos hornos no está subdividido oficialmente, por lo que todos los caminos dentro de él son privados y requieren de autorización expresa del propietario para circular en ellos. Asimismo, la posibilidad de crecimiento económico en esta zona de hornos es más acotada, ya que el dueño de las tierras tiene injerencia sobre todo la cadena productiva: les vende a los horneros la materia prima al precio que considera oportuno, se queda con un porcentaje de ladrillos en concepto de alquiler y controla todo el proceso.

El rol
del Estado

Como las familias viven y trabajan en el mismo espacio, la vulnerabilidad en la que se encuentran tiene varias dimensiones: sin trabajo formal, no tienen aportes a la obra social, a la ANSES, ni ART o seguro de vida. Por otro lado, todos deben colaborar para alcanzar la meta productiva: por eso, mujeres, adolescentes y niños se suman a las tareas. Por último, las viviendas suelen ser precarias, no tienen cloacas y están “colgadas” al tendido eléctrico.

“La mayoría de las personas son de nacionalidad boliviana, y hay muchos menores. Se visualizaron baños en estado precario y habitaciones cerradas con candados, lo que hace suponer que había gente que no podía obrar libremente en su vida. La situación de los menores también es compleja”, dijo la ex viceministra de Trabajo de la Nación, Noemí Rial, al referirse a una inspección que se hizo en Colonia 12 de Octubre durante el 2011. La cartera nacional aseguró en esa fecha que en la zona ladrillera de Allen había “trata de personas” y que se habían detectado casos de trabajo infantil.

Las inspecciones de los organismos de control en la zona ladrillera (Colonia 12 de Octubre y sector norte) han sido esporádicas, pero en cada operativo se hallaron serias irregularidades: principalmente, falta de registración de los trabajadores, además de precariedad en viviendas y sectores de sanitarios, según explica el delegado en Allen de la Secretaría provincial de Trabajo, Daniel Panero. Cuando los obreros advierten la presencia de inspectores, muchos huyen de los campamentos y se esconden detrás de las bardas o en algún lugar de difícil acceso. Lo mismo sucedió durante el desarrollo de esta investigación con un grupo de mujeres que, al ser fotografiadas trabajando en uno de los campamentos, se escondieron detrás de una pila de ladrillos, visiblemente asustadas, mientras señalaban al dueño del horno, que vigilaba a los obreros desde otro sector. Cabe aclarar que el trabajo femenino está prohibido en el contrato colectivo de ladrilleros.

Panero relata que son “contados” los casos en los que los obreros del ladrillo se animaron a denunciar las pésimas condiciones de trabajo. En una oportunidad —recuerda el funcionario—, una pareja de inmigrantes bolivianos acudió a la sede de Trabajo para denunciar que el propietario del campamento sólo les daba 50 pesos por semana para la comida. Pero cuando se activaron los mecanismos para avanzar con las acciones, desistieron de la presentación.

La Secretaría de Trabajo de Río Negro no realizó inspecciones en la zona ladrillera durante el 2015 y casi todo el 2016. En noviembre de este año, hizo un operativo de higiene y seguridad en Colonia 12 de Octubre. De acuerdo al organismo, no cuentan con los recursos necesarios para el control eficaz de un territorio tan extenso: 150 hectáreas, aproximadamente.

Las inspecciones de los organismos de control en la zona ladrillera (Colonia 12 de Octubre y sector Norte) han sido esporádicas, pero en cada operativo se hallaron serias irregularidades.

Las condiciones de precariedad de la mayoría de las viviendas que habitan los obreros del ladrillo son visibles. En el sector norte, viven hacinados en habitaciones que no cumplen ningún requisito de seguridad e higiene laboral.

En Colonia 12 de Octubre, que es el territorio ladrillero más extenso, acceden a los servicios en forma clandestina (se “cuelgan a la luz”, por ejemplo) y gran parte de los campamentos están ubicados sobre la traza de un gasoducto troncal de alta presión y debajo de una línea de alta tensión, con el riesgo que representa. En enero y julio del 2012, el gasoducto fue dañado por máquinas excavadoras que trabajan en la actividad ladrillera. El panorama fue crítico porque el caño tiene una presión de 25 kilos, es decir, 25 veces mayor a la que posee la red domiciliaria de gas.

Como los obreros del ladrillo son trabajadores no registrados, no tienen aportes al sistema de seguridad social y padecen la carencia general de los derechos y beneficios que prevé la normativa para los empleados. Al no contar con obra social, el Hospital Dr. Ernesto Accame de Allen se encarga de cubrir toda la demanda sanitaria de los trabajadores ladrilleros. En cuanto a la educación, los padres ven en la escuela la posibilidad de ascenso social, el camino para que sus hijos salgan de la vida sacrificada en los campamentos. Los niños van, en su gran mayoría, a la escuela primaria Nº 299, pero también a otros establecimientos de la ciudad.

Luis vive desde hace seis años en Colonia 12 de Octubre: “Acá se trabaja mucho y no se puede reclamar a los patrones porque si no te gusta, te dicen que agarres tus cosas y te vayas. A ellos no les sale nada despedirte porque no tenemos papeles, a lo sumo si te echan te hacen un arreglo de plata en el que siempre sale ganando en dueño del horno. Y que uno ni piense en ir a denunciar al Ministerio de Trabajo porque eso sí que los pone furiosos a los patrones. Yo estoy muy agradecido con Argentina porque en Bolivia vivíamos muy mal y acá por lo menos tenemos para darles de comer y educar a nuestros hijos”.

Según Luis Cáceres, secretario general de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA), unas 150.000 familias viven de la actividad ladrillera en el país: “La mayoría de los trabajadores no están registrados, no tienen obra social ni aportes jubilatorios. Hay trabajo esclavo y trabajo infantil. En algunas provincias, la mayoría de los trabajadores son de la comunidad boliviana, como por ejemplo, en Buenos Aires, Córdoba, Río Negro, Mendoza, una parte de San Luis y Santa Fe”.

Como apunta Cáceres, la vida en los hornos suele encubrir trabajo infantil (prohibido por la legislación argentina) y trabajo esclavo, con lo que se podría hablar de trata de personas, considerada un delito según la Ley 26.364 que pena la explotación de mayores y menores de edad. Hay dos situaciones —entre otras que describe la norma— en las que se considera que existe explotación, aplicables (de comprobarse) a la actividad ladrillera:

“a) Cuando se redujere o mantuviere a una persona en condición de esclavitud o servidumbre o se la sometiere a prácticas análogas;

b) Cuando se obligare a una persona a realizar trabajos o servicios forzados;”.

Por otra parte, la Ley 26.364 especifica que para que haya trata de personas debe haber clientes que se beneficien con la explotación. En este caso, se incluirían los patrones que manejan los hornos.

Explotación, personas en situación de vulnerabilidad, clientes: cuando se cumplen estos tres puntos, es correcto hablar de trata de personas. No es casual que esta tarea sea hecha por migrantes y por fuera del derecho laboral argentino, es la forma de fabricar productos a bajo costo. Por eso, la intervención del Estado es indispensable para indagar en qué contexto se desarrolla el trabajo en los hornos.

Los obreros
ladrilleros

En los campamentos, hombres y mujeres (en su mayoría de nacionalidad boliviana) trabajan a la par en la elaboración de los ladrillos. Lo hacen en jornadas que pueden alcanzar las 10 ó 12 horas, según la época del año. La temporada alta de la elaboración de ladrillos comienza en agosto / septiembre y se extiende hasta abril / mayo. Durante el invierno, se paraliza por las condiciones climáticas, pero ese periodo es aprovechado para preparar los campamentos para la temporada siguiente: se acopia leña y otros insumos que necesita la actividad.

Los obreros son “pordieros” (trabajan por día) o “por tanto”, es decir, a destajo, hasta completar la tarea.

“Hace unos 15 años, cuando llegamos a la Colonia 12 de Octubre con mi marido, sólo se paraba para comer algo y después seguíamos hasta la noche. Poco descanso y mucho trabajo”.

La necesidad de hallar mejores condiciones de vida llevó a los trabajadores bolivianos a emigrar hacia la Patagonia. En la mayoría de los casos, ingresaron a la Argentina de manera ilegal, desde el norte. Antes de llegar a Río Negro, muchos trabajaron en Córdoba y Mendoza, donde también se elaboran ladrillos artesanales, o en la horticultura, en diferentes áreas de la provincia de Buenos Aires.

Roberto Benencia, docente de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires e investigador del CONICET, señala dos causas como principales factores de la migración boliviana hacia la Argentina: las condiciones económicas, laborales y sociales en el país de origen y la economía receptora con déficit de mano de obra no calificada, a la cual el arribo de inmigrantes le es funcional.

Según un informe publicado en el 2012 por la Pastoral de Movilidad Humana, más de tres millones de ciudadanos bolivianos viven fuera de su país. El mismo organismo destacó que 1.200.000 de los bolivianos que dejaron su país reside en la Argentina. Es el caso de María, obrera de los hornos: “Hace unos 15 años, cuando llegamos a la Colonia 12 de Octubre con mi marido, sólo se paraba para comer algo y después seguíamos hasta la noche. Poco descanso y mucho trabajo. Los cortadores, que siempre venían desde Bolivia porque acá había pocos que se dedicaban a ese oficio, cortaban los ladrillos hasta aprovechando la luz de la luna. Con mi familia también trabajamos en la cebolla y cosechando uvas en Mendoza pero volvimos al ladrillo”.

Para la licenciada en Antropología, Perla Brevi, quien participó en el estudio que la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) y el Consejo Federal de Inversiones (CFI) realizaron sobre la actividad ladrillera, se da, en algunos casos, un sistema de “autoexplotación”: se genera entre los obreros una competencia para ver “quién puede lograr más”. Para algunos propietarios de los campamentos, la actividad es muy próspera. “A veces hay grandes desigualdades sociales dentro de la comunidad. Algunos tienen mucho dinero y han accedido a bienes, fruto del trabajo, y otros viven en condiciones de bastante precariedad”, dice Brevi.

Trabajo
infantil

Que los niños trabajen es visto por los horneros ladrilleros como una “cuestión cultural” y no como una situación de explotación infantil. En agosto del 2009, cuando en Allen se desató un debate sobre el tema, el ex vicecónsul boliviano, Juan Carlos Espinoza, reconoció la problemática, pero negó que hubieran existido casos de explotación. Dijo en su momento que los niños sólo “colaboran” en el trabajo diario con sus padres, ya que esa es una costumbre que traen arraigada desde Bolivia.

En la Argentina, la Ley 26.390, sancionada en el 2008, prohíbe el trabajo infantil y establece modalidades de protección del trabajo adolescente. Fija la edad mínima de admisión al empleo en los 16 años, prohibiendo el trabajo de las personas menores de esa edad en todas sus formas, exista o no relación de empleo contractual, y sea el empleo remunerado o no.

Lucas Majon (La Alameda): “Para nosotros, es fundamental abordar los derechos laborales y los derechos de la niñez. No se puede dejar su cumplimiento sujeto al criterio individual o de un grupo, el marco legal que nos ampara en la Argentina debe estar asegurado para todos los habitantes”.

Ver a niños y adolescentes trabajando en los campamentos es frecuente. Para la Asociación de Ladrilleros Árbol Río Negro, que agrupa a los propietarios de los hornos de Colonia 12 de Octubre, la situación que se da con los menores es “cultural” y no de trabajo infantil. Víctor Flores, presidente de la entidad, dice: “Nosotros nunca los obligamos, es cultural. Nos hemos criado así, nuestros padres nos educaron así. Igual que la familia argentina le enseña a los chicos a manejar movilidad y salen con esa mentalidad. Muchas veces los chicos dicen que quieren aprender a manejar el tractor. Y cuando empiezan a manejar se entusiasman y ellos solos se van. Yo les digo a mis compañeros que les pueden enseñar un rato pero que no estén muchas horas trabajando”.

Norma Mora, asistente social del Hospital Dr. Ernesto Accame, explica que “se reproduce el sistema social que tienen en su país de origen: fuerte patriarcado, rol prevalente del hombre, los niños a la par de la familia trabajando, sumados los adolescentes y los jóvenes”. Cuando el Estado quiere intervenir en esos contextos, encuentra dificultades, dice Panero, de la Secretaría Provincial de Trabajo, porque “es muy difícil hallar a los chicos trabajando, cuando ven llegar a la gente del organismo, se esconden o huyen para algún sector”.

Cáceres, secretario del sindicato de ladrilleros (UOLRA), apunta que las situaciones de trabajo infantil se dan tanto cuando hay un patrón que controla la producción, como en los emprendimientos autogestionados por las familias: “El horno está en la casa y los chicos se crían jugando al lado. Para esos chicos, el trabajo es algo natural, que tiene que ver con el lugar en el que viven”. Desde UOLRA, explica el delegado, proponen que el Estado cree parques ladrilleros, para separar el ámbito doméstico del laboral.

Lucas Manjon, jefe de investigaciones de la Fundación Alameda, considera que las prácticas culturales nunca pueden vulnerar derechos: “El respeto al derecho debe estar, incluso desde lo penal, porque si nos amparamos en ‘patrones culturales’, volvemos a la Edad Media. Para asegurar el cumplimiento de los derechos, dependés del Estado”.

En el 2011, un estudio sobre trabajo infantil en hornos de ladrillos en el municipio de Las Heras, Mendoza (impulsado por la Dirección de Empleo de la provincia, el Observatorio de Trabajo Infantil y Adolescente del Ministerio de Trabajo, la Organización Internacional del Trabajo y UNICEF) concluía que “El análisis de las consecuencias del trabajo infantil permite inferir que los niños, niñas y adolescentes que trabajan no cuentan con las mismas oportunidades educativas respecto de los que no realizan tareas laborales. Trabajar en los hornos de ladrillos o en el hogar afecta negativamente las trayectorias y desempeños educativos de los niños”.

Manjon conoce la estructura de trabajo en los hornos ladrilleros: hace dos años relevó lo que ocurre en Jesús María, Córdoba, donde se repite una estructura operativa muy parecida a la de Allen. “El sistema es cruel: es tan alto el objetivo de producción que deben alcanzar, que necesitan sumar el esfuerzo de los niños. Las familias, a veces, resignan los derechos de los chicos, en función de asegurar el despegue económico. Por otra parte, vienen de situaciones de gran vulnerabilidad en su país de origen, con lo cual, incluso situaciones irregulares de vivienda y trabajo las experimentan como un progreso”, explica.

“Para nosotros, es fundamental abordar los derechos laborales y los derechos de la niñez. No se puede dejar su cumplimiento sujeto al criterio individual o de un grupo, el marco legal que nos ampara en la Argentina debe estar asegurado para todos los habitantes”, concluye Manjon.

Niños
en riesgo

La infancia en los hornos de ladrillos no es fácil. No existen espacios recreativos y los niños que viven allí están permanentemente expuestos a riesgos. Tractores, elevadores, camiones de gran porte y en pésimas condiciones mecánicas circulan a diario por sectores en donde los chicos también juegan.

En el 2008, un niño de un año y medio murió aplastado por un tractor. En el 2009, una beba de 18 meses se electrocutó por la precariedad de las instalaciones. Si bien la chiquita pudo ser reanimada en el hospital, los peligros que enfrentan niños pequeños sin la supervisión de adultos (porque están trabajando) pueden terminar en hechos trágicos: en el 2015, un nene de un año y diez meses cayó en una acequia y se ahogó.

La infancia en los hornos de ladrillos no es fácil. No existen espacios recreativos y los niños que viven allí están permanentemente expuestos a riesgos.

En marzo del 2015, Carlitos, un niño de 5 años, estuvo al borde de la muerte. El nene se encontraba solo dentro de una vivienda cuando, de repente, se incendió la habitación en la que descansaba y las llamas lo acorralaron. Sufrió quemaduras en más de 80% del cuerpo y su cuadro fue crítico. Según explica Luis Novoa, agente sanitario del Hospital Dr. Ernesto Accame, el dueño del campamento dijo que el fuego se había desatado cuando el pequeño jugaba con fósforos, pero las pericias de bomberos determinaron que las llamas se iniciaron a causa de un cortocircuito, por la precariedad de las instalaciones eléctricas y la falta de medidas de seguridad.

Si bien los integrantes de la comunidad y muchos de los especialistas consultados reconocen que la presencia de niños en el trabajo es un patrón habitual en las familias bolivianas, los riesgos que supone para los chicos, tanto en su desarrollo personal como en su integridad física, demandan una intervención del Estado —en articulación con los responsables de los campamentos y los padres y las madres— para asegurar el pleno cumplimiento de los derechos de la niñez.

Créditos
Diego Von Sprecher Autor
Gonzalo Martín Videos - edición
Juan José Thomes, Mario Villasuso, Javier Almeyra, Archivo Diario Río Negro Fotografías
Ignacio Bello Infografía
Lisandro Aristimuño Música (cortesía)
Verónica Toller, Amalia Eizayaga, Hugo Alonso Tutoría periodística
Facundo Segura Diseño y desarrollo multimedia
Andrea Schulte Coordinación editorial
Vanina Berghella Coordinación general
Es una producción de FOPEA y La Otra Trama

Desarrollado por Media Lab

Este trabajo fue realizado en el marco del proyecto La Otra Trama. La Otra Trama es un espacio colectivo de organizaciones de la sociedad civil que, a través de un enfoque multidisciplinario, busca articular acciones en torno al problema del crimen organizado en la sociedad argentina. La Otra Trama se propone hacer visible la dinámica del crimen organizado en el país, por medio de la investigación, la difusión, la sensibilización, el fortalecimiento de capacidades y la incidencia pública. Actualmente, integran La Otra Trama: Fundación Avina, Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), FOPEA (Foro de Periodismo Argentino), Fundación Cambio Democrático, Fundación La Alameda, Contadores Forenses, Comisión Episcopal de Migraciones y Turismo y Fundación Crear Vale la Pena.
Esta investigación expresa la opinión de sus autores y no refleja, necesariamente, la posición de todos los miembros de La Otra Trama.
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Fecha de publicación: 19 de diciembre de 2016

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Contacto: fopea@fopea.org